Hay veces que los pequeños episodios felices en la vida parecen durar una eternidad, así como pasa con los episodios tristes. Hay días que parecen vivirse dos en uno, cuando la rutina es invadida por las emociones fuertes.
Quizás esto haya sentido Diana Witio Ocoña (28), que presenció la muerte de su hijo Jefferson (7), luego de que actuara por el día de la madre en el colegio Mi Jesús, en Villa El Salvador. El recuerdo de su hijo disfrazado de paisanito, danzando orgulloso para quien lo vio nacer, resultó un episodio lejano cuando el camión cisterna de placa WH-57910 había arrollado a Jefferson, quien jugaba al lado de la pista.
Diana yació junto al cadáver de su hijo, en la urbanización Pachacámac Mz. O Grupo 2, Sector 7. El accidente sucedió a las 7.30 pm, aproximadamente, momentos después de que Diana y Jefferson salieran de la escuela. Ella se quedó un momento con otras madres, sin prestar atención qué exactamente hacía su hijo.
Solo bastaron cinco minutos de distracción para que Diana afronte la lamentable pérdida de su único hijo, quien hace algunos momentos la hacía sentirse especial por su día. Jefferson resbaló estando en la cima de un montículo de arena, quedando a merced de las llantas traseras de la cisterna que manejaba Paulino Mamani (54). El accidente fue inevitable.
Diana aún no podía creerlo, se jalaba el cabello constantemente, como quien desea desprenderse de un espectro que la sume en la tristeza. Vecinos del lugar taparon a Jefferson con papel periódico hasta que llegue el fiscal de turno para el levantamiento del cadáver. Sin embargo, no solamente el fiscal hacía falta en la escena: el padre de Jefferson aún desconocía la muerte de su hijo.
Los tíos de Jefferson consolaban a la madre, quien no desprendía sus manos del rostro. Por momentos caía al suelo entre sollozos con la inevitable labor de comunicar al padre, Alex Rivera Márquez (33), del deceso de su hijo. Diana sacó el celular de su bolsillo con dificultad. Titubeó un par de veces, pero no siempre las palabras bien vocalizadas transmiten la magnitud de la tristeza.
No se escuchó bien cuáles fueron las palabras exactas que dijo Diana, eran indescifrables en aquel momento, donde el barullo y la mirada silenciosa de los testigos parecían insignificantes al dolor de una madre. Por otro lado, Alex estaba en camino, acompañado de sus amigos de la construcción donde trabajó.
Paulino Mamani, el chofer de la cisterna, miraba absorto el cuadro. Algunos vecinos lo culpaban de la desgracia. Diana no tuvo fuerzas siquiera de incriminarlo, porque en ese momento yacía sentada en la vereda, balbuceando plegarias en el vientre de la abuela de Jefferson, Angélica Márquez. Paulino aseguró que no estuvo ebrio, que no fue su culpa, que todo fue un accidente.
El fiscal de turno llegó a las 8.10 pm. La policía detuvo a Paulino ante el reclamo de los testigos. No faltó algún que otro golpe contra el conductor, quien fue conducido a la comisaría, sin la preocupación de mostrar su rostro a las cámaras de televisión. A pesar que el dosaje etílico resultó negativo, Paulino fue retenido por la policía hasta que terminen las investigaciones.
El grito fue incontrolable, enérgico, doloroso, como si extirparan el recuerdo de siete años de crianza sin la delicadeza de una despedida: el padre de Jefferson había visto el cadáver de su hijo. Alex gritaba aún más fuerte, hasta atragantarse con sus lágrimas. No pudo acercarse al cadáver de su hijo, porque la policía habría acordonado el lugar.
Alex caminó hacia Diana, quien lo esperaba quieta, con la mirada perdida en el panorama, quizás derrotada por esperar un milagro que cambie el destino. El cadáver de su hijo fue trasladado a la Morgue Central de Lima, donde la pareja fue para hacer los trámites correspondientes. Los familiares del pequeño Jefferson lamentaron el hecho, lamentaron que a tan solo horas del día de la madre, Diana dejó de serlo.
Algunos de los familiares declararon a la prensa. Una señora dijo algo curioso sin identificarse: “Son los hijos quienes pierden a los padres, no al revés. Al chico se le llamará huérfano, pero ¿al padre? Eso no tiene nombre, porque es anormal”.
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