miércoles, 8 de junio de 2011

Calles a todo color (y furor)

Las portátiles de los cinco candidatos en el último debate presidencial
Recorrer las calles aledañas al Centro Cívico, cerca del Sheraton y del recién inaugurado Real Plaza, nunca había sido tan complicado. Cordones de policías impedían el normal tránsito peatonal hacia los alrededores. “Tiene que darse la vuelta, por acá está cerrado”, indicaban. Sus adustas expresiones y las rejas de metal ratificaban sus palabras, así como nuestra extrañeza.
¿A qué se debía tanto revuelo? ¿Tanta gente con expresión confundida, tantos jóvenes de chalecos azules con logotipos amarillos, apostados en las inmediaciones del Paseo de los Héroes Navales? ¿Tantos hombres de prensa, o de a pie, provistos, por igual, de cámaras y de miradas entusiastas? 


Era domingo 3 de abril, día en que los cincos ‘grandes’ candidatos a la presidencia del país se reunirían para discutir desde sus planes de gobierno hasta el futuro del Perú, de cara a las elecciones generales, que tendrían lugar una semana después. Nada más y nada menos.
Los medios de comunicación habían prevenido del cierre de las principales vías de acceso aledañas al Sheraton, y de que el Metropolitano no iba a detenerse, como de costumbre, en la estación central (ubicada debajo del Paseo de los Héroes Navales) por órdenes expresas de la Policía. Por esa razón, decidimos encontrarnos en el centro comercial ubicado a sólo unos pasos de nuestro destino. 


Pero, al igual que otros desprevenidos ciudadanos de a pie, fuimos obligados a salir por la puerta que da a la avenida Wilson, pues todas las demás salidas estaban tapiadas con rejas. Salimos lo más rápido posible para nuestro encuentro con esas fieles portátiles, más parecidas a clubes de fans que a convencidas multitudes partidarias. Estas habían sido estratégicamente ubicadas en calles aledañas al hotel donde tendría lugar el debate, con el fin de evitar escaramuzas similares a las que se dieron en el anterior encuentro, en Miraflores.
Gracias a la orientación de dos agentes de la Policía Fénix, llegamos a la calle Belén, donde había un minúsculo grupo de simpatizantes de la Alianza por el Gran Cambio, asociación más conocida como ‘el sancochado’ y que es liderada por el candidato Pedro Pablo Kuczynski. 


Banderolas de tonos magenta, cian y amarillo se agitaban bajo el gris cielo limeño; sin embargo no eran muy numerosas, ni las banderolas, ni los simpatizantes, ni los cuyes, usualmente presentes por montones en toda movilización PPKcista. Eran alrededor de 60 los congregados a esa hora de la tarde. La mayoría, jóvenes, gritaban al compás de un bombo y varios pitos: “Sube, sube PPK” o “la juventud de PPK”.
Chicas como Valery, que tenía escrito en el polo de la última PPKarrera “Yo apoyo el gran cambio”, pertenecían al Escuadrón Juvenil de Jesús María, el único que, hasta el momento, había acudido a esta calle para mostrar apoyo a su candidato. “Puede ser que los demás estén en el PPKoncierto o si no ya deben estar por venir. Somos los primeros en llegar, pero ya vendrán más”, afirmaba sin mucha convicción. 


Un camarógrafo de prensa registraba a ratos la pequeña concentración, sin demasiado interés. Nos alejamos del grupo de PPKcistas siendo aún de día, y después de que les arrojaran dos baldazos de agua fría desde la ventana de algún vecino descontento.
La siguiente parada era el jirón Carabaya, a sólo dos calles de distancia. Apenas llegar, una marea amarilla hacía presagiar que se trataba de la portátil de Solidaridad Nacional. Pancartas, y banderolas color oro llenaban la estrecha calle de lado a lado, donde se respiraba un ambiente bastantante festivo y carnavalesco.


Cuatro camiones, llenos de simpatizantes y propaganda electorera, estaban estacionados a un lado, dejando aún menos espacio para caminar. Los números y rostros de candidatos al congreso como Paco Gavidia y Ángela Castillo se veían en decenas de pancartas y carteles, a lo largo de la calle, y un grupo de coloridos bailarines (llegados desde Huaraz) saltaba en ronda entre ellos. Justo al costado, un chamán vaticinaba, frente a cámaras de televisión, el pase de su candidato a la segunda vuelta electoral.



La multitud, que fácilmente alcanzaba varios cientos (y que estaba más amarilla que nunca), entonaba arengas como “Lucho Presidente” o “El mudo sí hace obras”, secundada por una orquesta. A medida que pasaba el tiempo, los simpatizantes del ‘mudo solidario’ continuaban llegando en cantidades abrumadoras, haciendo lucir a la calle como una atiborrada fiesta patronal. 


Al salir de la multitud amarilla, unos 18 buses estaban estacionados a la entrada de la calle. Así, la interrogante de cómo había llegado la increíble cantidad de partidarios a este punto del centro capitalino se esfumó al verlos. Ya había caído la noche y aún quedaban 3 portátiles más por recorrer, a estas alturas era ya una ilusión poder ver o escuchar alguna parte del debate presidencial.
La portátil rojiblanca de Gana Perú estaba ubicada en el jirón Lampa, una calle mucho más amplia que la anterior, lo que hacía que los pocos simpatizantes congregados alrededor de unas cuantas pancartas, pareciera incluso un grupo más pequeño. 


A diferencia de la muchedumbre amarilla, donde todo el merchandising electorero era regalado con generosidad, esta portátil sólo tenía a un anciano que vendía viseras con la O de Ollanta a un nuevo sol (s/.1.00). ¿Una humilde forma de financiarse? Solo unos silbatos y una chicharra acompañaban los gritos de varios señores entrados en años. Una sola cámara entrevistaba al que parecía el líder del grupo, para un medio en Internet.



Los presentes afirmaban no haber sido traídos en buses por el partido nacionalista y también negaban ser parte de alguna asociación de trabajadores organizados para la ocasión, se tratava de simpatizantes que llegaron a la concentración de manera voluntaria e independiente. 


Tal vez otra respuesta a la interrogante por la poca afluencia de humalistas en el jirón Lampa se deba a lo propalado por el propio Ollanta Humala, un día antes, en su cuenta de twitter: Afirmó que no movilizaría a sus simpatizantes a los exteriores del debate presidencial. ¿Si aprovecharon la cámara del canal por Internet para lanzar una que otra puya o ataque? Pues sí, ante la provocación del reportero sobre sus opositores, declararon: “A ese cuy nos lo comemos en pachacamanca”, y acompañaron con aplausos y risas.
La portátil naranja estaba ubicada irónicamente al costado del Palacio de Justicia, en el jirón Aljovín. El único bus aparcado era de color verde y pertenecía a los miembros de la Policía de Asalto y de la UDEX (Unidad de Desactivación de Explosivos), ¿casualidad?. 


Aquí también abundaban pancartas con números, rostros y nombres de postulantes al congreso, además de simpatizantes ataviados con chalecos, polos y gorros color calabaza. Curiosas (y ciertamente deformes) imitaciones de las Chicas Superpoderosas se mezclaban entre la multitud. Cientos de peruanos movilizados de muchos rincones de Lima y provincias: caravanas enteras llegaban desde Manchay (con sus respectivas pancartas), señores vestidos a la usanza ashaninka y decenas de personas que bailaban a ritmo de un alegre huayno. 




Retrocediendo once años, el régimen paternalista del padre de la candidata -Alberto Fujimori- les ofrecía comedores populares y colegios nuevos, pero al mismo tiempo, les daba el periodo de gobierno más oscuro, corrupto y violento. Esta vez, su sucesora, Keiko Sofía, también prometió en campaña regalar uniformes y desayunos para los escolares, pero ¿a cambio de qué? ¿O acaso para distraer su atención de otras acciones de mayor envergadura que pretenda emprender?
Los medios también estaban presentes en la concentración anaranjada: una reportera de televisión trataba de entrevistar a quienes encontraba más cerca de la pared de rejas que los separaba. La periodista, impedida como estaba, no intentaba conversar con los simpatizantes, sólo estiraba su brazo a través de los barrotes para alcanzar a captar algunos de sus testimonios. Afuera, los cordones de la Policía se habían reducido a un puñado de agentes que resguardaban la entrada.
La última portátil del recorrido, asignada a la calle Manuel Cuadros se asimilaba más a una marea brasileña, verdeamarela. Numerosas chacanas y algunas muñecas gigantes, que emulaban a una actriz, postulante al congreso, eran agitados con entusiasmo por el cielo, ya oscuro. 


Llamaba la atención, desde un primer momento, el estrado, alzado al final de la calle. Incluía animador, bailarinas, pantalla gigante y equipo de sonido. En ese momento se podía captar algunos pasajes del debate que ya se emitía en vivo, aunque los gritos y el bullicio general interrumpieran las declaraciones de los candidatos. Sin embargo, fue aún más sorprendete que cuando un conjunto de peruposibilistas comenzaran a pifiar la intervención de Pedro Pablo Kuczynski, fuera silenciado de inmediato y con buenas maneras desde el estrado.

Después de casi dos horas de caminar y correr de portátil en portátil, lo más adecuado era sentarnos en algún restaurante que transmitiera el debate y verlo sin más sobresaltos. Pero luego de tomada la decisión, nos sorprendería tal vez el elemento más gracioso que hayamos visto en todas las calles recorridas: una señora, diminuta y ya entrada en años caminaba y gritaba disfrazada de un roedor de esponja, que no era precisamente un cuy.


Se asemejaba más a la reina y señora de las alcantarillas, a una rata plomiza y rechoncha. Vociferaba frases como: “Fuera la corrupción” y bastaba con ver las ilustraciones y frases impregnadas en su indumentaria para darse cuenta que no era partidaria de Humala, ni PPK y menos aún de Fujimori.



¿Y a dónde nos dirigimos para ver lo que quedaba del debate? ¿Acaso a algún establecimiento lejos de las ruidosas y, a veces, histéricas  portátiles? Qué va. Alguien nos refrescó la memoria y dijo que en la calle Carabaya había una fuente de soda con televisión, que la había visto cuando pasamos por allí. Y allí estaba cuando llegamos, claro, pero inundada de personas y justo en la misma calle que habíamos dejado hace un par de horas, llena de una multitud amarillísima. 


Ninguna de las concentraciones fue tan numerosa y tan festiva como la de Lucho Castañeda (o Castañeda Lossio). Tal vez porque la calle era más estrecha o los camiones que impedían el paso la hacían ver así. Tal vez el impactante color amarillo capaz de saturar cualquier retina. O tal vez el hecho de haber terminado la noche viendo el debate justo en su interior.

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