Cientos de rebeldes se enfrentan y resisten a las fuerzas armadas de Muamar Gadafi, en busca de un nuevo porvenir
Hace casi dos meses que la costa noreste de Libia se ha convertido en un campo de batalla que tiene como protagonistas a los opositores al régimen, las fuerzas gadafistas y los países de la coalición. Y como escenarios principales, a las ciudades de Benghazi, Misrata, Bin Jawad, Sirte, Ras Lanuf, Brega y Ajdabiya.
Lo que empezó a mediados del mes de febrero como protestas de manifestantes, en su mayoría jóvenes deseosos de un cambio político y de acabar de una vez por todas con 42 años de dictadura, terminó, debido a la fuerte opresión de la que fueron víctimas, en un conflicto armado. El gobierno atacaba con artillería pesada a su propio pueblo y cobró más de 80 víctimas a pocos días de empezado, según fuentes internacionales como Human Rights Watch (HRW) y Amnistía Internacional (AI), quienes acusaron a las autoridades de un empleo de fuerza excesivo.
Frente a esta situación, las Naciones Unidas convocaron, un mes después, a la intervención de una fuerza de coalición internacional con la finalidad de evitar más masacres por parte del régimen gadafista. Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña iniciaron, entonces, los planes estratégicos y ataques aéreos sobre los principales bastiones del oficilialismo libio, bajo el nombre de ‘Odisea del Amanecer’. A pesar de que Michael Mullen, máximo oficial estadounidense, calificó la primera etapa de la operación como exitosa, al lograrse instaurar una zona de exclusión aérea que ayudó a proteger Benghazi (capital de la rebelión), no se pudo evitar más muertes de civiles.
Shabab en sus posiciones
Shabab en sus posiciones
El convulso contexto obligó a los insurgentes libios a tomar un camino. Así, mientras algunos decidieron deponer las armas y retirarse, otros optaron por radicalizarse y formar grupos armados, dispuestos a luchar contra Gadafi, a cualquier precio. Dichos rebeldes, quienes hasta hoy pelean en senderos desérticos y ciudades casi fantasmas son un grupo numeroso y heterogéneo compuesto tanto de jóvenes universitarios o desempleados (conocidos como shabab), como de comerciantes, agricultores, técnicos o profesionales de mediana edad y ex integrantes del ejército libio. Incluso hay algunos soldados islamistas dispuestos a colaborar con la lucha, pero sin presunción alguna de hacer de ésta otra jihad (guerra santa).
Su modus operandi consiste en juntarse en pequeños grupos de combatientes, agenciarse de algún tipo de armamento (por lo general un fusil de asalto Kalashnikov, bayonetas o explosivos caseros) y, provistos de la bandera rebelde, montar en autos o camionetas civiles. Su destino: las ciudades estratégicas como Brega, cercana a Trípoli, la capital libia, donde Gadafi y sus fuerzas suelen cerrar las vías de acceso. Frecuentemente intentan tomar y custodiar pozos y estaciones petroleras, claves para afectar la economía del gobierno y, además, una manera de financiamiento para ellos mismos.
Sin embargo, y pese a contar con ímpetu y un espíritu valiente y audaz, este grupo no simboliza más que una sublevación popular y por el momento no puede constituir una fuerza armada propiamente dicha, pues no cuenta con la artillería necesaria, tampoco con un entrenamiento especializado ni un plan estratégico militar. La situación no mejora si la gran mayoría no está capacitada para manejar un arma y desconoce las nociones básicas de combate.
Muchos combatientes entrevistados por corresponsales extranjeros confirman que no hay oficiales ni suboficiales al mando de estos grupos. Además, ellos mismos han evidenciado que el número de rebeldes no es muy elevado: Sólo hay algunos centenares en el frente de batalla, cada día. Muchos de ellos, no tienen armas o las que usan carecen de municiones.
Con esta serie de debilidades, la fuerza insurgente es desorganizada, con muchos ataques esporádicos y faltos de estrategia. Además, al no rendir cuentas a oficiales o superiores, comete imprudencias que retrasan el avance hacia las ciudades controladas por Gadafi. Incluso hace unas semanas, fue víctima de fuego amigo, al provocar un ataque aéreo de los países aliados, debido a que un grupo disparó al aire imprudentemente, en señal de victoria.
Vale la pena preguntarse si los rebeldes pueden lograr alguna revolución en estas condiciones. En el caso hipotético que logren derrocar al dictador libio, cuál será su organización, bajo qué sistema nacería un nuevo orden político. Actualmente existe un gobierno de oposición paralelo: El Consejo Nacional de Transición (CNT) establecido el 27 de febrero de 2011, con sede en Benghazi y presidido por el ex ministro de justicia Mustafá Abdel Jalil. A pesar de no contar todavía con un plan programático ya ha sido reconocido como interlocutor legítimo y representativo del pueblo libio por el gobierno de Nicolás Sarkozy, debido a que representa el conjunto de todas las fuerzas opuestas al régimen gadafista.
Se teme que el nuevo estado que plantean los rebeldes pueda ser presa fácil de extremistas, pues se piensa que tras 42 años de dictadura ya no hay rastro de partidos políticos y demás instituciones democráticas. Sin embargo, lo cierto es que el Consejo Nacional de Transición (CNT) está compuesto por un amasijo de colectivos: académicos, diplomáticos, líderes de tribus, políticos desertores del gobierno, militares, opositores y casi ninguna autoridad religiosa islamista. Muchos de los integrantes del CNT son intelectuales educados en Occidente, catedráticos de universidades norteamericanas que han regresado a Libia para luchar y derrocar la dictadura.
Además es injusto pensar que los opositores al régimen, por más desorganizados que se encuentren militarmente, no puedan entenderse en un sistema político en el futuro, sobre todo si sus intenciones consisten en lograr un país libre, democrático y con los beneficios de un sistema económico liberal similar al de Occidente. ¿No lo harían acaso mejor que el clan Gadafi?
Por lo pronto los jóvenes combatientes no dejan de reclamar una dirección militar efectiva y la presencia de oficiales que ayuden a coordinar las acciones de ofensiva, pues consideran que su compromiso revolucionario no tendrá éxito si la situación en el frente de batalla no mejora. Las derrotas en los combates y las bajas de numerosos rebeldes estaban profundamente ligadas a su inferioridad en número y armas, además de su inexperiencia militar frente a un enemigo más profesional y con más medios. En este punto, las fuerzas aliadas juegan un papel muy importante, pues con un entrenamiento especializado, mayor equipamiento y una dirección profesional, los rebeldes podrían conformar poco a poco un ejército mucho más preparado.
Los gritos de ¡“Libertad”! y las aclamaciones a Alá, antes y después de cada ataque, incentivan a los shabab a continuar luchando en la línea de fuego libio. Ojalá que el conflicto y el fuego cruzado no cobren muchas más víctimas de las más de ocho mil que ha contabilizado hasta la fecha, Abdelhafid Ghoga, vicepresidente y portavoz del CNT.
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