Hombre que iba encima de tráiler murió con el cráneo destrozado
Hasta el día de hoy, nadie reclama su cuerpo en la Morgue del Callao.
Por José Barreto
Destrozado sin decoro. Antihumano. Cual despojo que la vida por encargo se ocupó de abatir. El sangriento espectáculo que deja la muerte poco usual nunca es gratificante a la retina… así se trate de la de un delincuente.
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Sábado. A ‘Pichiche’, ladrón de bajo rango, no le queda más dinero. Mañana hay fútbol y hacen falta monedas para el trago. Necesita, también, algo para meterse a la boca y sortear un fin de semana más. Vive entre la salsa y la pasta, que se hace básica para decorar su lúgubre cuarto de madera en una zona picante del Callao.
No tiene amigos, tiene cómplices y eso basta. A sus cuarte y cinco años, emprende cada empresa delincuencial con el mínimo de logística y planificación, pero siempre con unos jeans roídos y un polo militar que le recuerda un lejano afán por defender a su país. Todos dentro de su grupo exudan ansiedad. El olor de sus miedos y arrebatos construyen el derrotero de su victoria o el de un ingreso más al penal.
[Cómplice 1:
No era la primera vez. Nos subimos y sacamos las cosas y, en algún semáforo, nos bajamos y corremos. Es fácil, tío. Vamos tres no más porque, sino, mucha palta. El ‘Pichiche’ se bajaba a veces antes de que parara el camión. ‘Locazo’, era… pero cuando vimos lo que había pasado, nos tiramos y nos fuimos. Ya qué podíamos hacer.]
Desfilan muchos monstruos sobre ruedas. Ninguno convence al trío de hampones. Las tolvas de los camiones o están muy vacías o poco firmes para soportarlos, o lo que contienen, no les atrae. Finalmente uno, un trailer blanco de la empresa almacenera ALMA Perú, los embeleza. Cargado de cajas que, al parecer contienen víveres, no lo piensan dos veces. El objetivo está definido.
Yo le dije que no. Ese huevón no me hizo caso. Nos quedamos arriba del camión más tiempo y, por renegar, cuando vio que no había nada valioso, no se dio cuenta y… ya pues. Nosotros nos agachamos y al siguiente semáforo nos bajamos. Yo casi vomito porque me salpicó todo. Ya boté esa ropa.]
- Ya, ‘Pichiche’. Trepa.
- Vamos…
- Bien, carajo, están llanecitas las cajas. Ábrelas al toque, Colorado.
- ¿Tubos de vidrio? Putamadre, huevón. ¿Ahora?
- Hay que bajarnos no más, ‘Pichiche’.
- No. De repente no todas tienen lo mismo.
- Ya fue, loco. Bájate.
- No. Abre las demás, Colorado.
- No reniegues y bájate. Agáchate, huevón. Agáchate.
Ángel Melchor, de veintiocho años, conductor del vehículo, se dispuso, como todos los días, a desembarcar la mercadería al llegar al local de la cuadra diecisiete de la Av. Argentina. El fétido olor y los restos de sangre salpicados en lo alto de las cajas, lo puso en alerta. Pidió ayuda y no hubo quien, en ese momento, no sintiera un vórtice mortal en el estómago. Los restos de un hombre con polo militar, con el cráneo destrozado e incompleto, habían caído entre las cajas del embarque de tubos de vidrio.*****************************************************************************************************
Los pasillos fríos de la morgue del Callao no reciben pasos que vayan tras ‘Pichiche’. Sin documentos, sin fotos ni número telefónicos en sus roídos jeans. Tal vez los restos encefálicos que yacen en el puente peatonal Santa Rosa, guarden el recuerdo de aquellos a quienes su ausencia no les es inusual.
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