sábado, 25 de junio de 2011

La muerte al volante

La muerte al volante

Salió a votar el día de las elecciones, y mientras esperaba en el paradero con su niño en brazos, fue embestida por un taxi que se despistó y mató a dos personas. En plena ley seca, el conductor en estado de ebriedad realizaba un servicio de transporte público. Esta es la historia de Diana Villanueva, que a fin de año, probablemente será solo un número más de las alarmantes estadísticas.

Texto: Israel Guzmán

Aunque silencioso, su llanto es continuo e indisimulable. Se cubre el rostro con una mano, baja la cabeza, se muerde los labios y voltea contra la pared…  Son todos intentos vanos de reprimir no el dolor, sino su manifestación, demasiado impúdica, demasiado privada para que la vean las cámaras de televisión. Tensa los labios pero el llanto puede más y lo desborda. Sus familiares intentan darle fuerzas en un abrazo pero él se aleja al poco rato. No logran mitigar su dolor, pues sabe que nada traerá a su esposa de vuelta.

Diana Villanueva Tena llevaba casi doce años junto a Romel Justiniano Poma. Eran todavía una pareja joven, ella contadora y él profesor, ambos de treinta años. Tenían tres hijos, los tres varones y de menos de diez años. Vivían en una casa familiar cerca del óvalo Arriola, una zona no muy tranquila del distrito de La Victoria.

El once de abril ambos se despertaron temprano. Era domingo, tenían que ir a votar. Desayunaron juntos. El plan era salir temprano para poder pasar el día en familia, almorzar con los abuelos y tíos y esperar juntos el flash electoral de las cuatro de la tarde.

Romel salió con el mayor de sus hijos. Debía de regresar temprano para luego acompañar a Diana hasta San Juan de Lurigancho. A pesar de vivir en La Victoria, ella todavía estaba registrada con la dirección de sus padres.

A las diez de la mañana él todavía no regresaba. Las calles estaban llenas y el tráfico igual de pesado que los días de semana en hora punta. Diana lo llama una vez y él no contesta, recién al segundo intento logran hablar. Le dice que se está demorando mucho,  que prefiere salir por su cuenta para regresar temprano y tener todo listo; y que se está llevando al menor de sus hijos con ella. Es la última comunicación que tienen.

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Alrededor de las once de la mañana Diana regresaba del colegio donde registró su voto. Esperaba en el paradero, a seis kilómetros de su casa, y llevaba en brazos a su niño de un año y tres meses.

Súbitamente, un taxi subió a la vereda y atropelló a dos personas. Diana fue una de ellas. Quedó inconsciente tirada en el piso. A tres metros de ella estaba el cuerpo de Elisa Luna Morales, una anciana de setenta años que recibió el impacto de lleno; murió en el instante. Una ambulancia llevó a Diana a la Clínica San Juan Bautista. No resistió mucho y murió a las pocas horas.

El conductor intentó escapar pero los testigos del accidente no se lo permitieron. Tampoco fue muy difícil: estaba borracho.

Siete horas después del atropello Romel, el esposo de Diana, llegaría a la puerta de la Morgue de Lima. A pesar de que su suegro se lo ha dicho él se resiste a creer que la historia es verdad. Niega con la cabeza, y quiere entrar a verificar con sus propios ojos que Diana, su Diana, es quien ha sufrido el accidente. Tal vez aún tiene la esperanza de que en la clínica se hayan confundido, le hayan cambiado de nombre. En el fondo seguramente sabe que no, que sí es su esposa la que sufrió el accidente, que a ella la trasladaron a la clínica y que es su cuerpo el que espera ser retirado dentro de ese edificio amarillo.

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En la comisaría de la Huayrona se registraron los incidentes. Julio Tea Ayquipa era el conductor del taxi. Según el técnico que hacía guardia en la puerta recién a las cuatro de la tarde lo llevaron a que pase los exámenes médicos y toxicológicos. El superior a cargo de la comisaría indica que a simple vista, daba la impresión de haber bebido. El dosaje etílico lo pasó una hora después del accidente y confirma lo que todos sabían: Tea estaba ebrio, superaba por más del doble el límite del nivel de alcohol permitido para conducir.

A media cuadra de la comisaría habían dejado estacionado el taxi abollado. El estado del carro dejaba ver la violencia del choque: todos los parabrisas destrozados, la maletera abierta (no se podía ya cerrar); la puerta trasera izquierda había chocado con un mojón de cemento y estaba completamente hundida, trabada. Había una chompa morada en el asiento posterior. En el parachoques ý capó delanteros se podían ver varias abolladuras; alguna de ellas debía ser la marca del impacto contra Diana.

Mientras esperan las tres horas que suele durar la necropsia previa al retiro del cuerpo de la morgue, los familiares de Diana se acercan a la comisaría para hablar con el fiscal de turno. Cuando salen de regreso a la morgue no van muy optimistas, dicen que los han atendido de mala gana, que no les han querido explicar el proceso, que el fiscal está en sayonaras y guayabera, que no confían.

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El año pasado se endurecieron las penas y se impulsaron campañas de sensibilización contra el manejo en estado etílico, pero parece que los esfuerzos no vienen dando resultados. Hace un par de meses Carlos Cacho, un conocido presentador de televisión, atropelló a Humberto Yzarra mientras manejaba en estado de ebriedad, se resistió a pasar el dosaje etílico y a pesar de las pruebas, pasaron más de tres meses antes de que fuera recluido en un penal mientras sigue el proceso.

Tea Ayquipa se encuentra detenido, pero mientras tanto y a pesar de las pruebas, los familiares de Diana Villanueva tienen que pasar por un engorroso proceso de ocho meses en el 51° Juzgado de Lima. Vladimir Carlos Villanueva, el abogado que sigue el juicio por parte de la familia de Diana, sigue buscando testimonios que contrarresten la declaración autoexculpatoria de Tea.

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Mientras esperaba en el paradero Diana llevaba en brazos al menor de sus hijos. Ella no pudo escapar, pero tuvo una última reacción al ver que un carro se le venía encima: lanzó al niño hacia la vereda y, antes de que caiga al piso fue atrapado, por una señora que salía de una farmacia.

El mismo domingo por la noche los restos de Diana ya eran velados en la sala de su casa. Su hijo, que horas antes había sido testigo del atropello de su madre, jugaba con una pelota desinflada en la entrada de su casa, sin tener idea de que su mundo había cambiado para siempre.


El dato
En el 2009 se intervino a 4,169 conductores que superaron el límite de alcohol permitido
En el 2010 la cifra se incrementó a más del doble: 10,232 personas fueron detenidas por la misma infracción

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