lunes, 20 de junio de 2011

Discusiones porfiadas




El último debate entre los dos candidatos que pasaron a segunda vuelta electoral fue tan repetitivo y carente de ideas y propuestas nuevas que dejó a la población igual o peor que antes.

Más allá del irónico "Si quiere debatir con mi padre, puede ir Usted a la DIROES" que Keiko Fujimori contestó ante las acusaciones de un insistente Humala estancado en los 90's, nada más fue digno de ser recordado.

El mismo domingo, minutos después del debate CPI reveló la última encuesta publicada antes de las elecciones, en la que Fujimori estaba tres puntos más arriba que Humala. En la misma encuesta se consigna que el porcentaje de votos indecisos era de casi 14%.

¿Ayudó este debate a aclarar las dudas de este porcentaje de electores? ¿Logró la congresista Fujimori convencerlos de que ella no es su padre? ¿Obtuvo el Comandante Humala la confianza en su plan de gobierno?

Al igual que ese 14% dudo seriamente que el debate haya logrado cambiar en algo los números. Fujimori tal vez logró que los ya convencidos crean en la influencia del poder económico sobre el social. Humala quizá alimentó la persistencia de sus seguidores en la revolución comunitaria.

Curioso que ambos candidats dijeran que trataron de llegar a ese grupo de indecisos y sin embargo no se notó el intento. Expresaron e hicieron lo mismo que han hecho desde el final de la primera vuelta. Ataques a sus puntos débiles, propuestas sin fondo. Keiko no condenó a su padre. Ollanta no negó a Chávez.

Más allá de si Fujimori sobreactuó o si a Humala le dolió la mandíbula de tanta sonrisa conegelada, este no fue un debate que recordaremos. Los debates dejaron de ser debates hace mucho. Cada cinco años la escena se repite.

A pocos días de las elecciones una diferencia porcentual tan baja pone en suspenso a la nación. Es por esto que se esperaba que esta vez el debate pudiera iluminar confundidos, no sólo asegurar conversos.

Ahora sólo nos toca esperar si el Perú decide darle su confianza a Keiko para que sus hijas se sientan orgullosas de su madre - y no tan avengorzadas de su abuelo - o si Ollanta, susurrado al oído por Nadine, merece la oportunidad que tanto pide para la transformación nacional.

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