miércoles, 29 de junio de 2011

De regreso al Pino

Para que ellos sigan jugando, juguémonosla por ellos.

Son casi las nueve de la mañana, hora en que el voluntariado Pino se reúne con un grupo de niños, como todos los sábados, en el colegio Monseñor Maso Leberguere en el Cerro El Pino. Lugar donde los jóvenes Pinotecos, realizan talleres, con el fin de enseñarles a través del juego, a defender sus derechos, a desarrollar sus habilidades sociales, a cumplir con sus deberes, así como la convivencia en valores, entre otros.

¡Miren Pinoteca, Pinoteca! Se escucha a los niños decir al ver al grupo de jóvenes voluntarios que cada sábado van con el compromiso de mejorar la educación y promover una mejor formación en los infantes. A cambio ellos, se sienten más que satisfechos con la sonrisa y el abrazo de ellos, con sus ganas de aprender y la energía con la que participan de los talleres.

Entre los pequeños asistentes, el más cariñoso de ellos es Aldito. Imposible olvidarse de él, porque es extraño no verlo sonreír. Él padece de retraso mental y disfruta yendo a los talleres, como contó su mamá, a quien se pudo conocer ese mismo día. Marisol Saravia es su nombre y ella vende ceviche en la esquina del colegio para poder sobrevivir.

Al dejar a Aldo en su casa, luego de finalizar el taller, se pudo hablar con la mamá quien recibió a los voluntarios gentilmente y se mostró contenta por el trabajo de Pinoteca, alegando lo siguiente: “ Es una vez a la semana…me gustaría que fuera algo así diario como un colegio, sería bueno.”

Aldo le mostraba a su mamá el dibujo de arbolito que había hecho, diciéndole a la vez lo que había aprendido del taller. Su mamá contó que así de feliz regresa cada vez que va a Pinoteca, con algún dibujo o un sombrerito de conejo. Pero de ser más seguido, estaría más tranquila y ellos más seguros- Aldito y su hermano, José, quien también padece de retraso mental.

La señora señaló que en Pinoteca son bien recibidos. Aldo y José no van al colegio por problemas de conducta, porque necesitan de una orientación especial. José se ha escapado como diez veces y luego regresa a los tres o cuatro días. Lo mismo sucede con Aldo quien estuvo en la comisaría como tres días y luego lo llevaron a la casa. Marisol se angustia y ya no sabe qué hacer.

La madre de Aldo, cuenta que les ha buscado un internado o institutos para terapias, pero que en ninguno los quieren recibir o le cierran las puertas diciéndole que para eso necesita plata. “En el INABIF, tampoco podían ayudarme porque necesitan ser niños abandonados”, cuenta la señora.

En un momento de la conversación, la voz de Marisol se quiebra y de inmediato se apaga la cámara. Se calma a la señora con un vaso de agua y por otro lado, alguien se encuentra pendiente de que los niños no entren a ver a su madre así. Los voluntarios, conmovidos, le dijeron que iban a buscar la forma de que alguna ONG los ayudara. La señora poco a poco se fue tranquilizando.

Minutos después, luego de un pequeño compartir en su casa, entre fruta, galletas y gaseosa, se dio por terminada la visita. Aldo se despide de todos con un fuerte abrazo. Su madre se despide diciendo que se puede regresar en cualquier momento.

Mientras se descendía por las escaleras para llegar al paradero, la imagen de su casa estaba latente. Casa que se reducía a un cuarto en el que dormían la mamá, Aldo y José, y la abuela. El resto de la casa que consistía en una pequeña sala y un cuarto abandonado, que más parecía un depósito de cosas viejas e inservibles, pertenecen a una señora que un día se lo mandó a cuidar y hasta ahora no aparece.

El lugar donde viven es una bomba de tiempo. El techo de la sala está a punto de caerse, y por ese motivo no paran mucho ahí, si no más bien en el cuarto por temor a sufrir algún daño. Esta modesta casa se ubica a unos pasos del colegio donde se realiza el voluntariado.

Sin embargo, el caso de Aldo no es el único. En Pinoteca uno se encuentra con casos de diferente índole, de falta de autoestima, agresividad, entre otros, generados en su mayoría por la ausencia de sus padres en casa ya que trabajan todo el día, la presencia de pandillas y maltrato infantil.



Aldito
Taller de máscaras: voluntaria de Pinoteca ayudando


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